
La Historia a veces regala causalidades que nos obligan a reescribir el sentido de los calendarios. Hebe de Bonafini nos dejó un 20 de noviembre, precisamente el Día de la Soberanía Nacional.
La historia que nos cuentan no representa a los de abajo, sino a quienes controlan la narrativa. Recordar este acto es reivindicar la lucha por una soberanía real, económica y popular.
Editoriales - #NuestraMirada09/07/2025
Martín OrellanoHoy, en el marco del 209° aniversario de la Declaración de Independencia Política de 1816, Argentina conmemora también un hecho histórico menos recordado, pero igualmente trascendental: la Declaración de Independencia Económica, proclamada el 9 de julio de 1947 por el entonces presidente Juan Domingo Perón. Este acto, llevado a cabo en la histórica Casa de Tucumán, marcó un intento audaz de romper las cadenas del dominio económico extranjero y consolidar la soberanía nacional sobre los recursos y la riqueza del país. Sin embargo, su memoria permanece opacada, relegada a un segundo plano en los relatos oficiales, como si la historia, una vez más, fuera escrita para servir a los intereses de los poderosos.
Un acto de emancipación económica.

El 9 de julio de 1947, en un acto cargado de simbolismo, Perón reunió a representantes del pueblo y del gobierno en un Congreso Abierto en San Miguel de Tucumán. Allí, se proclamó solemnemente la Independencia Económica, un compromiso para liberar a Argentina de la tutela de los poderes capitalistas foráneos que, según el texto del acta, “han ejercido su control y dominio” sobre la nación. La declaración, respaldada por la voluntad popular, buscaba garantizar que las fuentes económicas nacionales estuvieran al servicio del pueblo argentino y no de intereses extranjeros. “La Nación alcanza su libertad económica para quedar, en consecuencia, de hecho y de derecho, con el amplio y pleno poder para darse las formas que exijan la justicia y la economía universal”, reza el acta, un documento que resonaba con la misma fuerza emancipadora de 1816.
Este hito no fue un simple gesto retórico. Bajo el primer gobierno peronista (1946-1952), se tomaron medidas concretas para materializar esta visión: la nacionalización de los ferrocarriles, la creación de empresas estatales, la promoción de la industria nacional y la mejora de las condiciones laborales para los trabajadores. En palabras de Perón, “el Estado es quien debe organizar la riqueza de la nación, porque si no lo hace el Estado, lo hacen los consorcios capitalistas a 8000 kilómetros de distancia de nuestra Patria”. Estas políticas desafiaron directamente a las élites económicas y a las potencias extranjeras que, durante décadas, habían explotado los recursos argentinos en su beneficio.
Una historia escondida por el poder
A pesar de su relevancia, la Declaración de Independencia Económica de 1947 rara vez ocupa un lugar central en los relatos históricos oficiales. ¿Por qué? La respuesta yace en las lógicas del poder político, que a menudo moldean la narrativa histórica para perpetuar los intereses de las élites y silenciar las luchas de los sectores populares. La historia que se nos cuenta, con énfasis en fechas como la Revolución de Mayo o la Independencia de 1816, tiende a glorificar momentos que no cuestionan el statu quo actual, mientras que episodios como el de 1947, que desafiaron abiertamente el dominio económico extranjero y empoderaron a las clases trabajadoras, son minimizados o directamente ignorados.
Esta omisión no es casual. Como señala el historiador Felipe Pigna, “la historia oficial suele ser la historia de los vencedores, no de los pueblos”. La Declaración de Independencia Económica, al poner el foco en la soberanía económica y en la justicia social, incomodó a las élites locales y a los intereses internacionales que se beneficiaban del modelo agroexportador y de la dependencia económica. No es de extrañar que, tras el golpe de Estado de 1955, conocido como la “Revolución Libertadora”, el relato peronista fuera sistemáticamente deslegitimado, y con él, hitos como el de 1947 fueron relegados al olvido.
El poder político, históricamente alineado con las élites económicas y los intereses foráneos, ha construido una narrativa que exalta la independencia política, pero evita confrontar las cadenas económicas que aún atan al país. Esta “historia mal contada” no representa a los de abajo –los trabajadores, los campesinos, los sectores populares– sino a aquellos que han controlado las riendas del poder. Como dice un usuario en X, “un pueblo no es libre si sus decisiones están condicionadas por el poder del capital extranjero”.

Lo que somos: el reflejo de una historia manipulada
Lo que Argentina es hoy –un país con un PIB per cápita de 20,500 dólares (PPA) y clasificado como de ingresos mediano-altos por el Banco Mundial, pero marcado por crisis económicas recurrentes y una persistente dependencia de organismos multilaterales como el FMI– es el resultado de una historia donde los intereses populares han sido subordinados a las lógicas del poder. La Declaración de Independencia Económica de 1947 fue un intento de revertir esa dinámica, pero su legado fue interrumpido por golpes de Estado, políticas neoliberales y una narrativa histórica que prefiere olvidar los momentos en que el pueblo intentó tomar las riendas de su destino.
La historia, como se nos cuenta, no nos representa. Representa a quienes han controlado la pluma y el poder, a menudo ajenos a las necesidades de los de abajo. Rescatar la memoria de la Independencia Económica de 1947 no es solo un ejercicio de justicia histórica, sino un llamado a reflexionar sobre qué significa ser soberanos en el siglo XXI. En un mundo donde las negociaciones con el FMI y los grandes capitales transnacionales siguen condicionando las políticas nacionales, el mensaje de Perón resuena con urgencia: sin independencia económica, no hay verdadera libertad.
Un llamado a la memoria y la acción
En este 9 de julio, mientras celebramos la Independencia de 1816, es momento de desenterrar las historias escondidas, como la de 1947, y preguntarnos: ¿quién escribe nuestra historia? ¿Quién se beneficia de lo que se cuenta y de lo que se calla? La Casa de Tucumán, testigo de ambos actos de emancipación, nos recuerda que la lucha por la soberanía no es solo política, sino también económica y cultural. Recuperar estas historias es el primer paso para construir una narrativa que represente a los de abajo, a los que han sido silenciados, pero cuya lucha sigue viva en la memoria colectiva

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