A 16 años de su paso a la inmortalidad.

Por haber ejercido este oficio haciendo lo que se debe, entonces, Conti fue catapultado (sin ninguna inocencia por quienes compartieron su trabajo) a la categoría de “maestro”. Sin ninguna inocencia, digo, porque esa fue la forma “elegante” que encontraron para dejarlo en absoluta soledad...

Editoriales - #NuestraMirada04/07/2024 Claudio Chiuchquievich

Lo evoco así...
Polaroid: “Compañero”.
Hay personas que hacen surcos.
Tanta es la potencia que despliegan… que su obra adquiere la forma humana de la huella.

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Eso que los distingue, entonces, en lugar de provocar el acercamiento de sus pares, hace que estos elijan tomar distancia.
Sobre todo cuando quien labra su obra en este oficio (en un gremio de engreídos con ínfulas de importantes) supo cómo demostrar que la fiesta de unos pocos significaba la ruina de todos como sociedad civilizada, aunque los flujos de dólares provenientes del extranjero para liquidar el activo del estado nacional hiciera que la “clase media” acompañara acríticamente un proceso de descomposición social tal, que sólo podían admitir si a ellos les permitían pasear su “medio pelo” por las playas de Cancún o les posibilitara ser receptores de las migajas del banquete de quienes servían en sus mesas “pizzas con champán” o el “sushi fashion”.
En esos años ‘90, decir lo evidente no era fácil: no es sencillo asumir que uno debe decirle a la “gente” (ese ente ideal en el cual las personas subsumen su responsabilidad individual en un sujeto colectivo inexistente) lo que ésta no quiere escuchar.
Así, de ese modo, Jorge Conti comenzó a ser reconocido como un “maestro” por sus propios compañeros.

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Ese mote (el de “maestro”) no era un halago; sino mas bien la forma que sus pares encontraron para despegarse no sólo de su discurso, sino también de su forma de actuar.
Canonizar a una persona es el modo que los animales humanos eligen para referenciar algo que no se puede compartir ni acompañar.
El “maestro”, por ser tal, entonces, queda en absoluta soledad.
Se transforma en algo que está más allá de las posibilidades de todos.
Pasa a ser una entelequia viviente imposible de domesticar; pero que debe ser tolerada para que quienes lo rodean se puedan justificar: “nadie como Conti”, pasó a ser un lugar común de los interesados mediocres que a su lado hicieron de su oficio una práctica prostibularia con aires de proxenetas indulgentes para con quien no renunció a ejercer este oficio con la mínima e indispensable integridad.

Porque: ¿qué es hacer periodismo?
-Es exponer los intereses de grupo,
-revelar las influencias que se ejercen,
-expresar los compromisos expuestos o solapados,
-analizar las ideologías que se manifiestan.

Hacer periodismo es
-relacionar lo aparentemente inconexo,
-articular lo que aparece como disperso,
-encontrar las causas de lo que se presenta como azaroso o fortuito,
-describir las estrategias de los que detentan alguna cuota de poder a la hora de encubrir sus motivaciones.

Por haber ejercido este oficio haciendo lo que se debe, entonces, Conti fue catapultado (sin ninguna inocencia por quienes compartieron su trabajo) a la categoría de “maestro”.
Sin ninguna inocencia, digo, porque esa fue la forma “elegante” que encontraron para dejarlo en absoluta soledad… aunque hoy expongan pantagruélicamente sus lágrimas de cocodrilo.
No me creen?
Permítanme que les recuerde el paisaje que en el 2001  en LT10 me tocó transitar.

Corría mayo de 2001 y de la Rúa, después de un año y medio de (des)gobierno, ya había demostrado su absoluta incapacidad para exhibir nada que lo diferencie del menemismo.
Hasta tuvieron que nombrar como ministro de economía a Domingo Cavallo, principal actor/destructor desde el ’82 hasta estos días de la industria nacional y del empobrecimiento general.
Por esos días, Cavallo y de la Rúa firmaron lo que se dio a conocer el “mega-canje”.
Un operativo que permitió a los tenedores de bonos de la deuda externa argentina cambiarlos por otros nuevos papeles y re-endeudar de ese modo en U$S 35.000 a U$S 50.000 millones al estado nacional.
Ese hecho que la justicia ha condenado, provocó por esos días las siguientes reacciones de ese tríptico acomodaticio y decadente de editorialistas de la emisora universitaria local:
•Alaniz (desde esos días un auténtico burócrata del pensamiento) espetaba a los oyentes desde los micrófonos: “si alguien tiene para proponer algo mejor que esto que hacen Cavallo y de la Rúa, que lo diga!”, exponiendo de ese modo hasta dónde llegaba su espíritu crítico.
•Tepper se forraba los bolsillos con los auspicios de las empresas privatizadas destilando su nada habitual.
•Cherep, sin otro proyecto que su ambición personal y su orfandad de talento, se transformaba en el director de La “X” y nos decía a quienes allí trabajábamos que “la gente está cansada de la mala onda” cuando el país se “descarajinaba”.
Por otra parte, 
•Ana Fiol ya había dejado los medio días de la emisora para buscar en “las Europas” un horizonte menos esquivo y mezquino (ni de esa compañía pudo Jorge en esos días disfrutar);
•Susy Thomas, luego de haber hecho durante los ’90 mañanas radiales que quedarán en la historia de la radiofonía nacional, ingresaba en este período actual de obsecuencia con los aparatos políticos locales (el obeidismo-pejotista en el poder provincial y la Franja Morada en el marco de la UNL) que aún hoy continúa destilando al frente de esos micrófonos;
•y Miguel Cello intentaba ejercitar su “cintura” periodística pero sosteniendo en “Siempre Tarde” las aguafuertes radiales de Jorge en las que se podía escuchar la única voz verdaderamente crítica ante las consecuencias criminales que implicaba la aplicación del “mega-canje” versión Cavallo-delarruista.

En ese paisaje
Jorge desempeñó su oficio
casi en absoluta soledad.
Pero no se resignaba
a contemplar cómo aquéllos 
que tenían el deber de decir lo evidente
canjeaban silencios por auspicios 
sin pudores ni vergüenzas.
En ese paisaje,
Jorge condujo un programa semanal nocturno 
rodeado de jóvenes locutores y periodistas
para compartir lo que de Ciencia aportaba la universidad.

Y era feliz haciéndolo.

Tal fue el vacío que provocaron a su alrededor quienes hoy lo llaman “maestro” que, luego del ascenso de Cherep al horario central de la tarde (desplazando al ostracismo radial a Miguel Cello) Jorge no volvió a ocupar un lugar en la mesa de LT10 en ninguno de los horarios centrales hasta que fuera convocado por Luis Mino!!!
Sí!!!
La paradoja del desaguisado de los mediocres hizo posible lo inviable: ¡sólo Luis Mino fue capaz de ofrecerle un espacio en un horario central!
Mientras tanto, por las medias noches, Bauman le abría sus micrófonos para que Jorge (despojado de las urgencias del frenesí cotidiano) pudiera con sus textos y alocuciones ayudarnos a sentir y pensar.

Envuelto en ese paisaje
de grises burócratas 
no necesitó jamás de las estridencias
para sembrar colores
con su clásica vestimenta de fajina.
Supo siempre que el destinatario final de su trabajo
era el oyente,
el lector;
y no el “ajusta manivela” de turno
de una maquinaria herrumbrada.
Esa fue la distancia que,
por comodidad,
miseria,
dinero
o pereza
sus pares pusieron con él.
Seguro estoy de que esa “distinción”
fue por él vivida como una “derrota”:
el lugar de “maestro”
que todos le daban
lo condenaba a la “soledad”
de saberse sin “compañeros” 
en el desarrollo de su oficio.
Los encontró 
allí donde la vida latía
exigiendo respeto,
expresando belleza,
construyendo un intento.
Ser lo que se debe
a la hora de hacer oficio
del periodismo.
Eso lo destacó.
Hacer lo que se dice.
Pensando el sentimiento.
Sintiendo el decir (que no es hablar).
Ganó oyentes…
porque los construyó. 
Cómo?
No insultando inteligencias.
No ofendiendo sensibilidades.
Ofreciendo respeto.
Disparando valorativamente 
proposiciones interpretativas
de lo real y concreto,
haciendo pie allí donde
la ciencia, los oficios y las artes
pudieran alumbrar
lo que de historia
carga en su propia mochila
cada individuo en esta sociedad.
Por eso sus textos,
aún cuando utilizaran elementos de la coyuntura informativa,
siempre bucearon en los albores del universalismo.

Y allí nos encontró a nosotros: sus oyentes.
Y así fue que lo hicimos compañero entre tan tremenda orfandad.
Así fue construyendo a sus pares, los que el medio en el cual trabajó no le brindó: entre sus oyentes.
Porque si hay algo que caracteriza a la radio es que ésta nos devuelve la noción de origen, de comienzo de los tiempos en comunidad, de ese necesario espacio de “tribalidad” que habita en nuestra animal humanidad en la que predisponerse a escuchar, quizás, sea más importante que decir.

Y mientras él decía,
nosotros aprendíamos a escuchar.
Y ese “gran público ausente” que es la radio (como supo decir Macedonio Fernández) se reunió en torno a su voz para no permitirnos claudicar.
Y nos reunió a todos. 

Por eso les comparto esta intimidad: con mi madre nos juntábamos en el trabajo para escuchar su editorial, limando con su decir las fronteras generacionales y culturales que entre nosotros pudieran existir.
Y aunque la radio nunca fue su soporte favorito, fue la herramienta que le posibilitó no morir de tristeza en un paisaje repleto de sanguijuelas y chupasangres.
Fue la radio la que le posibilitó no morir de soledad.
Esa a la que lo condenaron aquéllos que lo canonizaron con el título de “maestro”.   

Por eso lo elijo “compañero”, Jorge.
Y sepa que, como decía Samuel Butler:
“Habremos perdido 
hasta la memoria de nuestro reencuentro…
sin embargo nos reuniremos,
para separarnos y reunirnos de nuevo.
Allá donde se reúnen los hombres difuntos:
sobre los labios de los vivos”. 

https://www.youtube.com/watch?v=8LgXINYO5jg&list=PLCwfO7MAI4Xt3nOhJa60U6JZHBXEwVpGM&index=1&ab_channel=MauroGalluccio
Tema: “Una palabra", de Carlos Varela por Patricia Barrionuevo.
Fecha: 4 de julio de 2008.

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