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Siempre cabe una reflexión por el día del Periodista, aunque uno reflexiona sobre estas cosas todo el año y las vuelca en estos apuntes.
Editoriales - #NuestraMirada09/06/2021 Gustavo RosaDesde hace más de treinta años enseño algunas partes de esta profesión en una institución terciaria. Pasan muchos estudiantes por mis clases y muchos de ellos logran insertarse en algún medio local o desarrollar uno propio. Estos jóvenes colegas meten verdadera pasión en lo que hacen y construyen la información con mucha responsabilidad. Ellos entienden que el principal objetivo es informar, reconstruir un hecho para conformar un relato periodístico. Con las noticias, el público tiene algunas de las herramientas para constituir una realidad subjetiva que es el material necesario para erigirse como ciudadano. Ese público deposita su confianza en la veracidad de lo que está consumiendo y de esa manera participa del universo simbólico que llamamos sociedad.

Estos trabajadores periodistas de los medios locales se empeñan para hacer su trabajo de la mejor manera, pero eso no evita que el público esté expuesto a operaciones, falacias y malinterpretaciones que malogran la labor más honesta. Esta anomalía informativa que contamina el entendimiento nos distrae, porque debemos gastar tiempo en deconstruir las fábulas en lugar de destinarlo a la difusión de realidades. Como este bombardeo de patrañas proviene de los medios hegemónicos, la disputa discursiva es sumamente desigual: un megáfono contra el amplificador y los bafles más potentes.
Y por si esto fuera poco, gran parte de lo que consumimos como información nacional se genera en un solo punto del país. Los siete canales informativos -TN, C5N, A24, Crónica TV, IP, La Nación+ y Canal 26- son señales que se emiten desde la CABA. Canales instalados en la Capital Federal que se pretenden nacionales pero con contenidos absolutamente locales: el escenario de las noticias es la CABA, el AMBA y cada tanto se “meten en el interior”, que no es más que introducir algunas localidades de la provincia de Buenos Aires. Lo que pasa en el resto del país –el interior profundo, que le dicen- emerge cada tanto cuando promete escándalo y permite estigmatizar o estereotipar a los ciudadanos de las provincias. Una especie de colonización porteña para toda la Argentina.

Así, podemos encontrar que un corte de tránsito en el puente Pueyrredón, una demora en la línea C del subte o cualquier incidente absolutamente local de la CABA repercute en todo el país… A tal punto que un habitante de La Quiaca se muestra preocupado por una ola de robos en el AMBA. De esta manera, la cotidianeidad de unos pocos se impone para todos.
Pero casi todos estos medios porteños no sólo nos invaden con sus hechos domésticos, sino también con su manera alocada de llegar a las conclusiones. Una forma de pensar las cosas que constituyen un individuo que pone la queja en reemplazo de la crítica; que piensa que la disconformidad constante es mostrarse inteligente; que cree que la desconfianza es sagacidad.
Desde esas usinas –y sólo para poner un ejemplo- se propalaron pamplinas respecto a las vacunas: que portaban un gen comunista, que eran veneno, que era un negociado de Cristina; cuando se demostró que la Sputnik V es la más eficiente contra la Covid, el corifeo mediático opositor arrancó con el latiguillo de Pfizer al punto de convertirla en la panacea, el maná, la fuente de la juventud. Hasta podemos encontrarnos con algún transeúnte convertido en un fan del laboratorio alemán que, hasta no hace mucho, ni sabía de su existencia. En paralelo, este puñado de comunicadores que empañan la profesión, convirtieron su campaña a favor de Pfizer en la insustentable conclusión de “no hay vacunas”, aunque en realidad, hay muchas. Quizá la cantidad no alcance para una distribución pareja en todo el mundo, situación muy diferente que decir que no hay. Por eso refuerzan el desánimo con “no traen vacunas” o sobreactúan con desdén ante el desembarco de aviones cargados de Sputnik, Astrazéneca o Sinopharm; también cuestionan que la ministra de Salud, Carla Vissotti, esté siempre en el aeropuerto. Acá me tomo la licencia de un contrafáctico: si la ministra no supervisara personalmente la llegada de los paquetes, también la cuestionarían. Sin embargo, Argentina está entre los 20 países que más vacunas han recibido y más han avanzado con la inoculación. Y, por si esto fuera poco, no sólo vamos a producir nuestras propias vacunas para uso nacional, sino que las vamos a exportar a muchos países de Sudamérica. Después de haber desinformado y mentido durante tantos meses, ahora, estos monigotes mediáticos dicen que La Vacuna no debe usarse como tema de campaña. Esto es enloquecedor.

Este ideario protestón se emana desde los canales informativos “nacionales” que recibimos por cable. Lo que más agrava la situación es que esta diatriba hegemónica también llega a los canales abiertos locales que incluyen en su grilla programas que se producen también en la CABA, con la misma impronta desinformativa y con similar mirada antojadiza de las cosas. Programas porteños pensados por porteños protagonizados por porteños para porteños se retransmiten a todo el país por canales locales para difundir esta mirada porteña de la vida. Y no es que uno tenga algo contra los porteños, porque esos canales no representan el pensar de todos los que viven en CABA, sino el interés angurriento de un puñado de unitarios; lo que uno rechaza es la invasión, la colonización que el Estado debería impedir para avanzar en la construcción de un país verdaderamente federal y más justo.

Fuente:
https://apuntesdiscontinuos.blogspot.com/

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