
La Historia a veces regala causalidades que nos obligan a reescribir el sentido de los calendarios. Hebe de Bonafini nos dejó un 20 de noviembre, precisamente el Día de la Soberanía Nacional.
Se llevó adelante en distintas localidades del país un banderazo federal contra el gobierno nacional. Las consignas representaban todo el abanico discursivo de la oposición. Clamaban por la libertad de prensa y golpearon a periodistas y atacaron al móvil de C5N hasta hacer que se retire de la manifestación. El discurso del odio empieza a mostrar sus brotes, oscuros pero vigorosos.
Editoriales - #NuestraMirada09/07/2020
Martín OrellanoLas expresiones de repudio por las agresiones que recibieron periodistas en la jornada de protesta contra el gobierno, de dirigentes que hasta hace muy poco venían incendiando sus discursos, suenan, por ser muy sutiles, a cinismo.
En el armado del inconsciente colectivo que produce la concentración de medios, Boudou vuelve a robar al cobrar la jubilación de Vicepresidente, el gobierno está persiguiendo a periodistas, se manda a matar a quien declara asustado ante Bonadío y Stornelli, se deja en libertad a un evasor de impuestos como Baéz, los hijos de desaparecidos pueden comprar dólares sin restricciones, CFK está manejando al presidente, y éste mantiene a todos encerrados para convertir la república en una dicadura comunista.
Se suman algunos elementos que funcionaron muy bien, como aquel comunicado de JxC donde deslizaban, a 48 de la desaparición de Fabián Gutierrez, que el movil de este hecho delictivo podía tener gravedad institucional porque era un testigo en la causa de los cuadernos, donde según sus propias declaraciones, no sabía nada en firme, sólo había escuchado rumores.
Sumado también a aquella carta que juntaba a algunos referentes de Cambiemos donde se acuñó el término "Infectadura". A su vez le podemos añadir los comunicados de FOPEA y ADEPA donde se requería el fin de los hostigamientos a periodistas que delinquen.
Y aquella falsa liberación masiva de presos que servirían como mano de obra K para sacar propiedades.
Todos fueron elementos combustibles en el incendio psicológico que se conformó en un sector social.
Un sector que recibía con aplausos las prisiones preventivas, que se burlaba de los periodistas que no podían trabajar, que vitoreaba los despidos en el Estado, que esperaba la llegada del segundo semestre, las inversiones y creía que la llegada de gente blanca y pura al gobierno significaría por fin que iban a dejar de mantener vagos con sus impuestos. Que sentía que con el G20 el país se insertaba en el mundo, que el llanto emocionado de Faurie llenaba de épica un tratado de libre comercio inexistente. Un sector que creía en los kilómetros de ruta y en la fastuosa obra pública, que creía que el endeudamiento era para pagar deuda K, que sintió que los argentinos se suicidaban al votar otra cosa.
O sea, un sector muy fértil para que el abono incendiario arranque con muy poco.
Se podría citar a Ignacio Ramonet cuando sostiene que: “Frente a la crisis de los paradigmas interpretativos, la comunicación ha surgido como un paradigma sustitutivo y se pretende resolver todos los problemas de la comunidad desde lo comunicacional”.
Ese paradigma sustitutivo encierra la posibilidad de crear una realidad alternativa no necesariamente plegada a los elementos reales. Funciona tan bien que puede incluso crear una realidad paralela que sea absolutamente invisible como tal frente a quien la consuma.
La comunicación concentrada hace el resto y, si la intención es esmerilar al gobierno, están todas las herramientas servidas para esa colonización que defienda la propiedad privada de un ladrón, grite por la democracia acusando al gobierno de dictadura o proclame la libertad de prensa golpeando a periodistas. 
Lo peor que podemos hacer es ignorar este paradigma sustitutivo de la comunicación y sus alcances. La tentación es creer que algo se aprendió cuando, con mucha menos concentración comunicacional, crearon un clima agobiante en el país del pleno empleo, cuando armaron un relato de morsas y bóvedas en prime time y presentaron como estadista a quien apenas articula sujeto y predicado.
La llegada al poder de cuadros políticos menos beligerantes que el cristinismo puro, hizo creer que se podía construir, en base a consensos, un nuevo tiempo donde la grieta se superaría mediante acuerdos de mínima. Esto duró tan sólo unos meses y al poco de corretear en la pista los piedrazos comenzaron a llover.
Los desafíos están todos por delante.
Juega a favor del oficialismo que no han podido encontrar hendijas desde donde quebrar la unidad alcanzada con inteligencia y astucia.
La unidad es el soporte que puede cambiar el rumbo de una fuerza política que tiene los votos, que tiene el entramado de poder aceitado (porque lo conoce), que tiene un proyecto claro (que sabe posible en términos reales), y que sabe moverse con rapidez (si así lo requieren las circunstancias).

Ahora todo eso hay que aprender a comunicarlo para, volviendo a Ramonet, constituir un discurso que llegue a sectores nuevos y donde la comunicación surja como un paradigma sustitutivo de esta realidad amañada que presentan las hegemonías discursivas.
Insitir e insitir e insistir en que el problema es la Comunicación aunque suene a argumento gastado.


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