
El descrédito político tiene una larga historia donde la palabra "traidor" es difícil de esquivar en muchos casos cuando se cambian las identidades
Argentina parece atrapada en un bucle doloroso, un déjà vu que nos devuelve a los peores momentos de nuestra historia reciente. El discurso oficial sin embargo pregona sin descanso las maravillas de un programa económico que, según sus voceros, nos llevará a la prosperidad.
Editoriales - #NuestraMirada19/07/2025
Pero la realidad es un mazazo: empresas que cierran o abandonan el país en un goteo constante que desmiente las promesas de crecimiento. No son solo números fríos; es el silencio de las fábricas que se apagan, el peso de los trabajadores que vuelven a casa sin empleo, el desgarro de comunidades enteras que se desmoronan bajo el peso de la crisis.
En 2025, el éxodo empresarial no se detiene.
Entre mayo de 2023 y mayo de 2024, más de 5.000 empresas cerraron, y desde que asumió el actual gobierno, la cifra asciende a casi 9.000, según datos oficiales. Este año, nombres resonantes se sumaron a la lista: Verónica, la láctea santafesina en concurso preventivo, con salarios impagos y un futuro incierto; Scania, que suspendió su producción en Tucumán, dejando a 520 trabajadores en vilo; Kenvue, fabricante de Siempre Libre y productos Johnson’s Baby, que cerró su planta en Pilar para importar desde Brasil y Colombia; Georgalos, ícono de Mantecol y Palitos de la Selva, que puso en venta sus operaciones. Incluso Toyota, en Zárate, recurrió a retiros voluntarios y ajustes.
Estas no son solo empresas; son pedazos de nuestra identidad productiva que se desvanecen, dejando despidos, incertidumbre y economías locales devastadas.
A esto se suma el desguace sistemático del Estado.
Organismos públicos, desde instituciones culturales hasta empresas estratégicas, enfrentan la disolución o la privatización en nombre de una supuesta eficiencia. ¿Eficiencia para quién? Los números sociales gritan la respuesta: la pobreza se dispara, la indigencia crece, la desocupación se instala como una sombra que no retrocede. La recesión, con una caída del 3,2% en la actividad económica en el primer semestre de 2024, no da tregua. Los trabajadores, los jubilados, los más vulnerables, enfrentan una realidad que choca de frente con el relato oficial.
La comparación con los noventa es inevitable. Aquella década de dólar uno a uno, de "ramal que para, ramal que cierra", de pizza con champagne y promesas vacías, parece calcada en el presente. Pero hay un episodio que resume la magnitud de la tragedia de entonces: Río Tercero. El 3 de noviembre de 1995, la Fábrica Militar de esa ciudad cordobesa fue intencionalmente volada para encubrir el contrabando de armas a Croacia y Ecuador, un escándalo de corrupción del menemismo que dejó siete muertos, más de 300 heridos y una ciudad devastada. No fue un accidente, como quiso hacer creer el entonces presidente Carlos Menem; fue un atentado orquestado para borrar pruebas de un delito de Estado. Río Tercero, con sus calles destruidas y su comunidad marcada para siempre, se convirtió en un símbolo de las consecuencias de un modelo económico que priorizó el lucro de unos pocos por sobre la vida de muchos.
Y en aquella época, los medios fueron cómplices. Mientras fábricas cerraban y familias se hundían, la televisión nos vendía un país de fiestas y frivolidad. El sufrimiento se convertía en espectáculo: ¿quién no recuerda a Barbarita, llorando de hambre en el prime time, como si la miseria fuera un show más? Los medios no solo callaron el desastre; lo maquillaron, lo trivializaron, lo convirtieron en un fondo de pantalla para no pensar.
Hoy, cuando una serie de moda ficcionaliza la vida política de un ex presidente de esa época neoliberal, cabe preguntarse: ¿estamos contando bien la historia? ¿O estamos repitiendo el mismo error, aligerando el relato para no incomodar?
Los que saben de historia dicen que esta disciplina se estudia desde el presente, que son las preguntas que le hacemos al pasado las que iluminan lo que sucede hoy. Nuestra identidad como pueblo depende de esas preguntas, de cómo interpelamos lo que fuimos para entender lo que somos.
Pero algo falló en cómo contamos los noventa.
¿Qué les dijimos a las generaciones que no vivieron esos años?
¿Les hablamos de Río Tercero, de sus familias destrozadas por un atentado de Estado?
¿Les contamos de los jubilados que no podían comprar sus remedios?
¿De las ciudades industriales convertidas en pueblos fantasma?
¿De la pizza con champagne que celebraba el lujo mientras el país se desangraba?
Si no hacemos las preguntas correctas, si no contamos la verdad sin filtros, seguiremos condenados a repetir este guion trágico.
No tengo respuestas. Tengo un millón de preguntas que no explican un carajo.
Pero si algo nos enseña este presente es que no podemos seguir mirando para otro lado. No podemos dejar que nos vendan otra vez el cuento del progreso mientras el país se desarma. Es hora de despertar, de exigir, de recordar. Porque si no lo hacemos, si no gritamos basta, vamos a seguir tropezando con las mismas piedras, y este "carajo" va a ser lo único que nos quede.
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