No es Cristina

La demonización de Cristina Fernández no es solo un ataque político: es una estrategia para ocultar lo que ella encarnó y lo que muchos todavía recordamos como un tiempo de dignidad. No se trata de ella. Se trata de nosotros. Y de lo que estamos dispuestos a defender.

Editoriales - #NuestraMirada14/06/2025Martin OrellanoMartin Orellano

Definir lo que está pasando en la Argentina de hoy a partir de la figura de Cristina Fernández de Kirchner es, además de un error conceptual, una torpeza histórica. Y como todo error de lectura política, puede tener consecuencias graves: distorsiona el diagnóstico y entorpece la acción.

Comprender el carácter siempre provisional de los acontecimientos políticos —esa materia movediza, impura, que nunca se agota del todo en los discursos— obliga a mirar más allá del nombre, ese que la prensa militante insiste en poner en el centro del problema. 

Porque si bien todo es política, mantra aprendido con los hechos, la política no es ajedrez.

Nunca se sabe cuál es la próxima jugada.

Las piezas cambian, el tablero se rompe, las reglas también.

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No es Cristina el problema estructural de este país. Si tuviéramos que definir históricamente el malestar argentino, ese que atraviesa clases, gobiernos, generaciones, deberíamos hablar de la deuda. De la dependencia y los condicionamientos. 

Y en ese mapa de largo plazo, hay una excepción nítida, incómoda: el período 2003–2015.

En esos años, la Argentina dejó de endeudarse. Se discutieron condiciones, se levantó la frente, se intentó algo distinto. Esa experiencia hoy no es modelo, pero sí memoria. Y la memoria incomoda porque ese sueño que nos vinieron a proponer todavía está vigente.

No es Cristina el problema del Poder Judicial. Es cierto que durante su gobierno se intentó democratizar esa estructura fósil que heredamos de la Constitución de 1853. Pero el desprestigio del Poder Judicial argentino no lo inventó el kirchnerismo: se lo ganó a pulso. El lawfare, la selectividad, la lógica corporativa, la inmunidad para unos (siempre el mismo lado) y la persecución para otros (siempre el mismo lado); la ejecutaron jueces y fiscales sin que nadie se los impusiera. Con entusiasmo y con método. Y eso de que nadie se los impuso entra en discusión cuando un operador político los apura chistando los dedos mandándolos a trabajar.

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No es Cristina la que sube a un balcón a burlarse del hambre del pueblo. No fue ella la que bailó en la Rosada mientras una parte del país se incendiaba. No fue ella la que entregó el Estado a un show de algoritmos, camisas celestes y frases vacías. No fue ella la que multiplicó por diez el precio de la comida en seis meses. 

Hay quienes la odian desde hace años. Pero no lo logran hacer desde el triunfo. La odian porque no fue derrotada. Y ese odio, sin catarsis, se vuelve amargura. Una amargura que los va a consumir. Bonadío sabía de lo que estamos hablando.

Cristina, a diferencia de esos que se atrincheran en Twitter mientras ajustan jubilaciones, mira desde un balcón lleno de historia.

Un nuevo balcón peronista. 

Y abajo, en la calle, sigue cantando la gente mojada, con frío y con hambre. Pero con una memoria viva. Esa que recuerda que hubo un tiempo en que se vivía mejor. Un tiempo donde alguien los miraba como pueblo y no como sobrantes.

No es Cristina, es lo que representa. Es que fue mujer y mandó. Que habló sin pedir permiso, que no sonrió para caer bien. Que discutió en el Congreso, en la ONU y en la cocina de las "amas de casa" que nunca hubieran podido jubilarse. Que no se rindió ni siquiera cuando el poder económico, judicial y mediático se unió para borrarla del mapa.

La que puso una cara delante de una pistola que gatillo dos veces.

No es Cristina, es el odio a la mujer que conduce. A la que no pide perdón por existir ni por ser fuerte. Es la misoginia disfrazada de crítica política. Es la violencia simbólica de señalarla como culpable de todo, aunque ya no esté en el gobierno. Es la necesidad de que una mujer no pueda quedar en la historia como protagonista.

Pero la historia no se borra.

Y ahora, no es Cristina la que tiene que dar la próxima respuesta. 

Somos nosotros.

Como dijo el Indio: "Este asunto está ahora y para siempre en tus manos."

No es Cristina quien tiene que volver. Ya no alcanza con esperar un retorno prometido. No se trata de su regreso, sino de nuestra memoria. No de su palabra, sino de nuestra organización. No de su figura, sino de lo que supimos construir como pueblo cuando hubo un proyecto de país y no de mercado.

Porque el problema nunca fue ella. Y la salida, ya no depende de ella.

 El problema y la solución esconden el mismo protagonista. 

Somos nosotros.

 

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