¿Laureles que supimos conseguir o lndependencia que debemos construir?

Reflexionar sobre el proceso de independencia en el Rio de la Plata no resulta tarea sencilla, sobre todo si tenemos como punto partida nuestro presente. El 2020 nos impuso la lógica de barajar y dar de nuevo. El año inició con una pandemia global sin parangón que puso de manifiesto (o profundizó aún más) las desigualdades estructurales del sistema capitalista tal como lo conocemos, pero sobre todo supone la necesidad de discutir el rol de los Estados Nacionales como un imperativo urgente de resolver.

Nacionales09/07/2020 Mariana Lassaga

En este sentido se plantean dos modelos, por una lado un Estado de carácter neoliberal o neoconservador que se corre de las responsabilidades que (a nuestro juicio) le competen, actuando solo como garante de las reglas del juego del mercado, la propiedad privada y los intereses corporativos. En pocas palabras, aplicando la lógica del “dejar hacer-dejar pasar”.
Y del otro lado tenemos un modelo de Estado presente, que no se debate entre la falsa disyuntiva salud-economía, porque entiende que sin garantía de derechos sociales no es posible pensar una sociedad más justa y equitativa. 
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Pero esos modelos de Estado que debatimos hoy, tienen en América latina en general y en el Río de la Plata en particular orígenes revolucionarios. Si, somos hijas/hijes/hijos de la Revolución de Mayo, que se inicia en 1810 y se cierra en 1820, Revolución que en 1816 declara la independencia y deja abierto un proceso de ingeniería social que se aboca a la construcción del Estado-Nación.
A partir de la Revolución de Mayo y con la declaración de Independencia el 9 de julio de 1816 Argentina, o mejor dicho, las Provincias Unidas del Rio de la Plata; y su elite dirigente, emprende la tarea de pensar (y luchar por) modelos políticos que contengan a las voces y proyectos que van a dar forma a los nuevos Estados. 

En esta breve columna haremos hincapié en los dos modelos fuertes que se disputaron el ejercicio del poder una vez roto el vinculo colonial con España, estos son: el proyecto representado por las provincias que participaron del Congreso de Tucumán (conservador, contrarrevolucionario) y por otro lado, los intereses representados en la Liga de los Pueblos Libres, liderada por José Gervasio Artigas y sus ideales federalistas. 

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Para comprender el proceso de Independencia es necesario situarlo en su contexto de surgimiento, a principios del siglo XIX las Revoluciones en América Latina se insertan en el desarrollo mismo de la modernidad, adoptan su lenguaje político y se transforman al calor del capitalismo avasallante y la instauración de un nuevo orden mundial que ubica a Inglaterra en una posición hegemónica. 

Los procesos que se inician como revolucionarios, anticoloniales e inclusive algunos anti monárquicos; declaran la independencia y se cierran bajo modelos conservadores, defensores del libre comercio, sin llevar a delante transformaciones profundas en la estructura social. 

Prestemos atención a un aspecto importante en consonancia con el planteo de W. Ansaldi (2010) el grupo dirigente revolucionario fue, en casi todos los casos, un bloque constituido por grupos dominantes -burgueses comerciantes, terratenientes (en pocos casos, burgueses rurales), propietarios mineros, profesionales, clérigos, militares, jerarcas burócratas-, étnicamente blancos (europeos o americanos), con alguna presencia mestiza. Enfrente tenían un grupo de composición social semejante.

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Las clases populares, las sujetas a la mayor explotación y dominación (artesanos, jornaleros, campesinos, trabajadores varios, esclavos, incluso pequeños comerciantes), étnicamente mestizos, mulatos, indígenas, afroamericanos (negros y pardos), no desempeñaron -salvo unos pocos casos excepcionales- el liderazgo del proceso, pero su participación en las guerras de independencia -por convicción, en ocasiones, o por subordinación a sus patrones, primordialmente- les llevó a involucrarse en la política, a ser sujetos (aunque pocas veces autónomos) de ella, e incluso agentes del cambio político.

En este sentido el proyecto artiguista se presentó no solo como novedoso sino que encarnaba fuertemente la revolución; radical y de nuevo cuño, la Liga de los Pueblos Libres era el proyecto antagónico de los intereses representados en el Congreso de Tucumán. 

Artigas representó entre 1811 y 1820, el ala más radical, popular, democrática, liberal, republicana y federal de la revolución rioplatense. Su proyecto político-social enfatizaba la democracia y la igualdad. Así, por caso, en el proyecto de Constitución de la Provincia Oriental del Uruguay (1813) el primer artículo señalaba que «todos los hombres nacen libres e iguales», y el quinto proclamaba que todo poder reside originariamente en el pueblo. (Ansaldi. W: 2010)


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El autor explica que Artigas planteaba sin eufemismos la necesidad de declarar la independencia (Tesitura con la cual coincidía Bernardo de Monteagudo), en contraste con la posición dominante, escudada en la llamada «máscara de Fernando VII».
El Protector de los Pueblos Libres impulsó una política de reconocimiento de libertades civiles que fue mucho más allá de lo propuesto y aceptado en la época, incluyendo la del autogobierno de los indígenas. Artigas fue muy inteligente al convocar a los indígenas y vincularlos con la cuestión de la tierra e incluso con el acceso a ella mediante una política de colonización. El carácter revolucionario del artiguismo tuvo una expresión elevada en el Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados, de septiembre de 1815. Este notable instrumento legal -inscripto en lo que los historiadores uruguayos Nelson de la Torre, Julio C. Rodríguez y Lucía Sala de Touron llamaron «el modo jacobino con que Artigas financió la revolución popular»- fue en rigor «un durísimo instrumento político y revolucionario» destinado a castigar a los enemigos y a favorecer a los patriotas.
Pero también un «programa económico-social de la revolución» que tendía a resolver el problema de la propiedad de la tierra, al afectar (aunque no en su totalidad) la propiedad latifundista -por confiscación de la de los «malos europeos y peores americanos», es decir, los contrarrevolucionarios-; y favorecer el asentamiento de los pobres del campo.
En este sentido un episodio importante de remarcar es el éxodo del Pueblo Oriental. Así, el proyecto de Artigas se erigió como contrario a los valores conservadores del lazo colonial, al centralismo excesivo y a la igualdad limitada de los moderados de Buenos Aires. 

Acaso le suenan al lector/a aspectos conocidos en nuestro contexto? Cualquier parecido con la actualidad (no) es pura coincidencia; pensemos en el debate sobre la exención por única vez de un impuesto a las grandes riquezas para palear la crisis económica generada por una pandemia global sin parangón, y en reflote de fantasmas que creíamos desterrados como la noción de comunismo. 
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Con la restauración de la monarquía española, el Congreso de Tucumán declara la independencia y la revolución cambia de rumbo, tal como en una serie de eventos desafortunados, las situaciones para el proyecto artiguista se vuelven en contra.
En Buenos Aires asume como director supremo Juan Martin de Pueyrredon, el poder central en Buenos Aires es ejercido por opositores a Artigas, que habían perdido sus tierras a partir del reglamente impuesto por aquel. Estos pactan con la corte Lusitana y los intereses británicos la invasión de la Banda Oriental

Belgrano y San Martin adhieren a una posición amable con la noción de monarquía (aunque de componente incaico) Estanislao López y Ramírez toman una posición disidente a Artigas y el proyecto democrático y federal encarnado en la liga de los pueblos libres, se ve truncado.

Por tanto la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, no representa las ideas de “patriotas” con anhelos de libertad, si no todo lo contrario.
Es el triunfo de una posición conservadora, pro libre comercio que beneficia a los grandes hacendados y comerciantes porteños. ¿Otra coincidencia con la actualidad?

Huelgan las palabras (siempre quise escribir eso), sin embargo no es una coincidencia del devenir histórico, sino un rasgo estructural de nuestra historia política y económica. La derrota del proyecto radical fue en palabras de Ansaldi, al mismo tiempo, la derrota de la revolución y de la democracia.
El costo social y político de esa derrota fue elevado y no ha terminado de pagarse.

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¿Qué conmemoramos entonces el 9 de julio?

La respuesta no es del todo feliz. Se conmemora la imposición de un modelo conservador representado por los intereses porteños de los grandes estancieros y comerciantes, en consonancia con los intereses británicos. Para evitar el triunfo del proyecto radical de la revolución, renuncian incluso a su condición misma de revolucionarios. Es el mismo Congreso de Tucumán que unos días después de declarar la Independencia da por finalizada la Revolución y marca el principio del Orden. 

Sin embargo este análisis no pretende mostrar una visión  derrotista o paralizante frente a los hechos ocurridos hace ya más de doscientos años, si no todo lo contrario.
Vale decir que tenemos todo por hacer, un país que transformar, un sentido común que conquistar, una batalla cultural de sostener, es necesario seguir llevando a cabo ese proceso de ingeniería social que mencionamos más arriba, porque somos lxs agentes del cambio, porque es necesario seguir conquistando derechos, porque estamos en un contexto en donde se vuelve a poner en discusión la posibilidad de una reforma agraria, de que los que más tienen sean los que más colaboren para poder poner a la Argentina de pie, para que los 9 de julio podamos soñar con una Independencia solida en todos los aspectos de la vida en sociedad.

Un proyecto de país que nos incluya a todas, todes y todos porque una sociedad en la que algunos ganan y otros pierden, no es una sociedad sino una estafa.

El 2020 nos da la posibilidad de repensar la Independencia en marco de un proyecto de país en que nadie se salva solo. 

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Mariana Lassaga
Profesora de Historia

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