El gerente de Relaciones Institucionales de CampoLimpio, Juan Manuel Medina, adelantó que en los próximos meses comenzarán a funcionar en la provincia los primeros CAT (Centro de Almacenamiento Transitorio).
A 25 años de lucha colectiva, La Vía Campesina sostiene que “no hay futuro sin soberanía alimentaria”
La Vía Campesina emitió una declaración mediante la cual convoca a seguir bregando por los derechos de las familias campesinas y por el acceso a la alimentación a 25 años de instalar el concepto de "soberanía alimentaria" en el debate internacional. Un derecho colectivo que "cambió la forma en la que el mundo entendía la pobreza y el hambre".
Ambiente19/10/2021 Agencia Tierra VivaLa soberanía alimentaria es una filosofía de vida. Define los principios sobre los cuales nos organizamos en nuestra vida diaria y coexistimos con la Madre Tierra. Es una celebración de la vida y de la diversidad que nos rodea. Abraza a cada elemento de nuestro cosmos; el cielo sobre nuestras cabezas, la tierra debajo de nuestros pies, el aire que respiramos, los bosques, las montañas, los valles, campos, océanos, ríos y estanques. Reconoce y protege la interdependencia entre ocho millones de especies que comparten este hogar con nosotras y nosotros.
Heredamos esta sabiduría colectiva de nuestras ancestras y ancestros, quienes labraron la tierra y vadearon las aguas durante 10.000 años, período en el que evolucionamos hacia una sociedad agraria. La soberanía alimentaria promueve la justicia, la igualdad, la dignidad, la fraternidad y la solidaridad. Es, también, la ciencia de la vida; construida a través de realidades vividas a lo largo de innumerables generaciones, cada una enseñando a su progenie algo nuevo, inventando nuevos métodos y técnicas que se integren en armonía con la naturaleza.
Como poseedoras y poseedores de esta herencia es nuestra responsabilidad colectiva defenderla y preservarla. Reconociendo esto como nuestra responsabilidad (especialmente, a finales de los años 90 cuando los conflictos, el hambre aguda, el calentamiento global y la pobreza extrema eran demasiado visibles para ignorarlos), La Vía Campesina (LVC) llevó el paradigma de la soberanía alimentaria a los espacios de formulación de políticas internacionales. LVC le recordó al mundo que esta filosofía de vida debe guiar los principios de nuestra vida compartida.
Los años 80 y 90 fueron una era de expansión capitalista desenfrenada, a un ritmo nunca antes visto en la historia de la humanidad. Las ciudades se expandían y crecían a costa de la mano de obra barata, no remunerada y mal remunerada. El campo estaba siendo empujado al olvido. Las comunidades rurales y las formas de vida rurales fueron barridas bajo la alfombra por una nueva ideología que quería convertir a las personas en meras consumidoras de cosas y en objetos de explotación con fines de lucro. La cultura y la conciencia popular estaban bajo el hechizo de anuncios brillantes que incitaban a la gente a “comprar más”.
En todo esto, sin embargo, quienes producían (la clase trabajadora en las zonas rurales, costas y ciudades, lo que incluía a campesinas y campesinos —término amplio, que se usa para reconocer a las y los trabajadores sin tierra, las y los trabajadores agrícolas, las y los pescadores, las y los migrantes, las y los pastores, las y los artesanos de la comida— eran invisibles, mientras que quienes que podían permitirse el consumo ocupaban un lugar central. Llevadas y llevados al límite, las y los trabajadores campesinos y las comunidades indígenas de todo el mundo reconocieron la urgente necesidad de una respuesta organizada e internacionalista a esta ideología globalizadora y de libre mercado propagada por quienes defienden el orden mundial capitalista. La soberanía alimentaria se convirtió en una de las expresiones de esta respuesta colectiva.
En la Cumbre Mundial de la Alimentación de 1996, en un debate sobre cómo organizamos nuestros sistemas alimentarios globales, La Vía Campesina acuñó este término; para insistir en la centralidad de las y los pequeños productores de alimentos, la sabiduría acumulada por generaciones, la autonomía y diversidad de las comunidades rurales y urbanas y la solidaridad entre los pueblos como componentes esenciales para la elaboración de políticas en torno a la alimentación y la agricultura.
En la década siguiente, los movimientos sociales, las y los actores de la sociedad civil trabajaron en conjunto para definirlo más “como el derecho de los pueblos a alimentos saludables y culturalmente apropiados producidos mediante métodos ecológicamente racionales y sostenibles, y su derecho a definir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas. Coloca las aspiraciones y necesidades de quienes producen, distribuyen y consumen alimentos en el centro de los sistemas y políticas alimentarias en lugar de las demandas de los mercados y las corporaciones”.
La introducción de la soberanía alimentaria como un derecho colectivo cambió la forma en la que el mundo entendía la pobreza y el hambre.
Hasta entonces, especialmente en los primeros años del siglo XXI, una idea limitada de “seguridad alimentaria” dominaba los círculos de gobernanza y formulación de políticas. Noble en su intención, la seguridad alimentaria trataba a las personas afectadas por el hambre como objetos de compasión y corría el riesgo de reducirlas a consumidoras pasivas de alimentos producidos en otros lugares. Si bien reconoció la alimentación como un derecho humano fundamental, no defendió las condiciones objetivas para producir alimentos. ¿Quién produce? ¿Para quién? ¿Cómo? ¿Dónde? y ¿por qué? Todas estas preguntas estaban ausentes y el foco estaba decididamente puesto en, simplemente, “alimentar a la gente”. Un énfasis manifiesto en la seguridad alimentaria de las personas ignoró las peligrosas consecuencias de la producción industrial de alimentos y la agricultura industrial, construida sobre el sudor y el trabajo de trabajadoras y trabajadores migrantes.
La soberanía alimentaria, por otro lado, presenta una reforma radical. Reconoce a la gente y las comunidades locales como agentes centrales en la lucha contra la pobreza y el hambre. Requiere comunidades locales fuertes y defiende su derecho a producir y consumir antes de comercializar el excedente. Demanda autonomía y condiciones objetivas para el uso de los recursos locales, exige la reforma agraria y la propiedad colectiva de los territorios. Defiende los derechos de las comunidades campesinas a usar, guardar e intercambiar semillas. Defiende los derechos de las personas a comer alimentos saludables y nutritivos. Fomenta los ciclos productivos agroecológicos, respetando las diversidades climáticas y culturales de cada comunidad. La paz social, la justicia social, la justicia de género y las economías solidarias son condiciones previas esenciales para hacer realidad la soberanía alimentaria. Exige un orden comercial internacional basado en la cooperación y la compasión frente a la competencia y la coacción. Exige una sociedad que rechace la discriminación en todas sus formas (de casta, clase, raza y género) e insta a las personas a luchar contra el patriarcado y la estrechez mental. Un árbol es tan fuerte como sus raíces. La Soberanía Alimentaria, definida por los movimientos sociales de los años 90 y, posteriormente, en el Foro de Nyeleni en Mali en 2007, intenta precisamente eso.
Este año celebramos 25 años de esta construcción colectiva.
El mundo no es para nada perfecto. Incluso frente a una desigualdad sin precedentes, el aumento del hambre y la pobreza extrema, el capitalismo y la ideología del libre mercado continúan dominando los círculos políticos. Peor aún, también se están haciendo nuevos intentos para visualizar un futuro digital: de agricultura sin agricultoras y agricultores, pesca sin pescadoras y pescadores – todo bajo el disfraz de la digitalización de la agricultura y para crear nuevos mercados para los alimentos sintéticos.
A pesar de todos estos desafíos, el Movimiento por la Soberanía Alimentaria, que ahora es mucho más extenso que La Vía Campesina y está compuesto por varios sectores, ha logrado avances significativos.
Gracias a nuestras luchas conjuntas, las instituciones de gobernanza mundial, como la FAO han llegado a reconocer la centralidad de la soberanía alimentaria de los pueblos en la formulación de políticas internacionales. La Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos campesinos y otras personas que trabajan en las zonas rurales vuelve a enfatizar esto en el artículo 15.4, cuando establece que: “Las y los campesinos y otras personas que trabajan en las zonas rurales tienen derecho a determinar sus propios sistemas alimentarios y agrícolas, reconocido por muchos Estados y regiones como el derecho a la soberanía alimentaria. Esto incluye el derecho a participar en los procesos de toma de decisiones sobre políticas alimentarias y agrícolas, y el derecho a una alimentación sana y adecuada producida mediante métodos ecológicamente racionales y sostenibles que respeten sus culturas”.
Algunas naciones también han otorgado reconocimiento constitucional a la soberanía alimentaria. Las interrupciones causadas por la pandemia de COVID-19 en las cadenas alimentarias industriales han recordado aún más a los gobiernos nacionales la importancia de crear economías locales sólidas.
La agroecología campesina, fundamental para asegurar la soberanía alimentaria en nuestros territorios, ahora es reconocida en la FAO como fundamental para nuestra lucha contra el calentamiento global. Los relatores especiales actuales y anteriores de las Naciones Unidas han respaldado la soberanía alimentaria como una idea simple, pero poderosa que puede transformar el sistema alimentario mundial favoreciendo a las y los pequeños productores de alimentos. La campaña sostenida de los movimientos sociales también ha resultado en varias victorias legales contra las corporaciones que producen agrotóxicos y semillas químicas y transgénicas. Sin embargo, lo que tenemos por delante es un camino con muchas barreras.
Quienes defienden el orden mundial capitalista se dan cuenta de que la soberanía alimentaria es una idea que atenta contra sus intereses financieros. Prefieren un mundo de monocultivos y gustos homogéneos, donde los alimentos se puedan producir en masa, utilizando mano de obra barata en fábricas lejanas, sin tener en cuenta sus impactos ecológicos, humanos y sociales. Prefieren economías de escala a economías locales sólidas. Eligen un libre mercado global (basado en la especulación y la competencia feroz) por sobre las economías solidarias que requieren mercados territoriales más sólidos (mercados campesinos locales) y la participación activa de las y los productores de alimentos locales. Prefieren tener bancos de tierra donde la agricultura por contrato a escala industrial reemplace a las y los pequeños productores. Inyectan nuestro suelo con agrotóxicos para obtener mejores rendimientos a corto plazo, ignorando el daño irreversible a la salud del suelo. Sus arrastreros volverán a rastrear los océanos y ríos, capturando peces para un mercado global mientras las comunidades costeras mueren de hambre. Continuarán intentando secuestrar semillas de campesinas, campesinos e indígenas a través de patentes y tratados de semillas. Los acuerdos comerciales que elaboran volverán a tener como objetivo reducir los aranceles que protegen nuestras economías locales.
Un éxodo de jóvenes desempleadas y desempleados, que abandonan las granjas de las aldeas y eligen el trabajo asalariado en las ciudades, encaja perfectamente con su impulso de encontrar un suministro regular de mano de obra barata. Su enfoque implacable en los “márgenes” significa que encontrarían todos los medios para deprimir los precios en las explotaciones agrícolas mientras los negocian a precios más altos en los supermercados minoristas. Al final, quienes pierden son las personas, tanto las productoras como las consumidoras. Las que se resistan serán criminalizadas. Una feliz coexistencia de la élite financiera mundial con gobiernos autoritarios significaría que incluso las más altas instituciones, a nivel nacional y mundial, destinadas a supervisar y detener las violaciones de derechos humanos, mirarían hacia otro lado. Los multimillonarios utilizarían sus fundaciones filantrópicas para financiar agencias que producen “informes de investigación” y “revistas científicas” para justificar esta visión corporativa de nuestros sistemas alimentarios. Cada espacio de gobernanza global, donde los movimientos sociales y los miembros de la sociedad civil hicieron campaña para ganar un asiento en la mesa, dará paso a los conglomerados corporativos que entrarán en escena como “partes interesadas”. Se hará todo lo posible para ridiculizar a quienes defendemos la soberanía alimentaria como no científicos, primitivos, poco prácticos e idealistas. Todo esto sucederá, como sucedió en las últimas dos décadas.
Nada de esto es nuevo para nosotras y nosotros. Las y los condenados a las periferias de nuestras sociedades por un sistema capitalista cruel y devorador no tenemos más remedio que luchar. Debemos resistir y demostrar que existimos. No se trata solo de nuestra supervivencia, sino también de las generaciones futuras y de una forma de vida transmitida de generación en generación. Es por el futuro de nuestra humanidad que defendemos nuestra soberanía alimentaria.
Esto solo es posible si insistimos en que cualquier propuesta de política local, nacional o global en materia de alimentación y agricultura debe basarse en los principios de soberanía alimentaria, como la definen los movimientos sociales. Las y los jóvenes campesinos y las y los trabajadores del movimiento mundial deben liderar esta lucha. Debemos recordarnos que la única manera de hacer oír nuestra voz es uniéndonos y construyendo nuevas alianzas dentro y fuera de cada frontera. Los movimientos sociales rurales y urbanos, los sindicatos, las y los agentes de la sociedad civil, los gobiernos progresistas, las y los académicos, las y los científicos y las y los entusiastas de la tecnología deben unirse para defender esta visión de nuestro futuro. Las mujeres campesinas y diversidades deben encontrar un espacio equitativo en la dirección de nuestro movimiento en todos los niveles. Debemos sembrar las semillas de la solidaridad en nuestras comunidades y abordar todas las formas de discriminación que mantienen divididas a las sociedades rurales.
La soberanía alimentaria ofrece un manifiesto para el futuro, una visión feminista que abraza la diversidad. Es una idea que une a la humanidad y nos pone al servicio de la Madre Tierra que nos alimenta y nutre. En su defensa, ¡estamos unidas y unidos! ¡Globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza! #NoHayFuturoSinSoberaníaAlimentaria
Fuetnte: https://agenciatierraviva.com.ar/a-25-anos-de-lucha-colectiva-la-via-campesina-sostiene-que-no-hay-futuro-sin-soberania-alimentaria/
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